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ll Vas a hacer lo que yo deseo ll Un paseo al Pozo del Indio ll El bautismo ll Carta con dolor ll Pequeño milagro ll Y un día se fue ll

 

VAS A HACER LO QUE YO DESEO

¡Mirame fijo!. A partir de este momento vas a hacer lo que yo deseo: todos los días me despertarás con muchos mimos y me abrirás la puerta para que salga corriendo al jardín y no ensucie adentro de casa; apenas vuelva a entrar me esperarás con rascaditas en el pecho mientras se nos calienta el desayuno; comeremos juntos antes que vos te vayas a trabajar y yo me vuelva a mi canasta a dormir durante toda la mañana; te irás a cumplir con tus obligaciones convencido que yo me quedo cuidando la casa y que mis ronquidos no son otra cosa que una astuta artimaña para que piensen que duermo; volverás a la tarde y te pondrás muy feliz de verme contenta de recibirte; me abrirás la puerta para que otra vez salga disparada afuera de modo de no ensuciar donde no debo; me peinarás un poco y me llevarás a pasear con la hermosa correa de color verde intenso y una cadenita en el cuello que tan bien me sientan y que tanto quiero; el paseo será de no menos de una hora durante el atardecer así no me transpiro en exceso; volveremos justo para la hora de la cena; comeremos todos juntos y me regalarás algún pedacito de pan que prometo atrapar en el aire; miraremos televisión acostada en tus brazos o en el regazo de tu esposa; dormida me dejarás, sin despertarme, en mi canasta; me taparás con cuidado para que no tenga frío; entreabriré un poco un ojo y te diré (con seguridad vos lo vas a entender): "te deseo que vos también duermas bien".

 

UN PASEO AL POZO DEL INDIO

Eran las 8 de la mañana de un enero típico en Tanti,  Córdoba (Argentina): el sol latía radiante en un cielo límpido, el sonido de los pájaron vestía el aire y el cristalino arroyo ronroneaba lentamente. Con mi esposa y Wolf estábamos dispuestos para iniciar una caminata de unos tres kilómetros sierra adentro, remontando el arroyo Tanti, en busca del Pozo del Indio. ¿Cómo describir al Pozo del Indio? La mejor forma de entenderlo es visitándolo; pero, de todos modos, intentaré hacer una pintura del lugar; el arroyo genera una perfecta "S" en medio de la cual se estrecha y se deja caer en un salto de unos diez metros de altura hacia un piletón enmarcado por enormes rocas que juegan de trampolín natural. El encanto se completa, obviamente, con toda la senda recorrida para llegar, con la variedad de pájaros y vegetación, con los innumerables pequeños saltos de agua aquí y allá, con las flores y cactus, con la típica peperina y su aroma tan particular, con los sapitos multicolores y charlatanes, con los colibríes. Decía al principio que estábamos, los tres, al inicio del camino y una decisión a tomar: soltarlo o no a Wolf. Nuestro perro es lo que se dice un perro de ciudad, acostumbrado a salir a la calle siempre con nosotros y sujeto por su correa. Pero, en esas condiciones no se puede caminar por la sierra. Decidimos soltarlo y ver que pasaba. La sorpresa fue enorme de ver como corriendo 50 metros delante de nosotros nos guiaba por una senda que jamás había pisado. En una palabra, él nos llevó al Pozo del Indio.

 

EL BAUTISMO

Wolf tenía cinco o seis meses cuando decidimos llevarlo por primera vez al mar. Fue un placer verlo correr libre por la arena y las dunas. Aparecía y desaparecía, hacía pozos hondísimos y sumergía su hocico en las profundidades del mismo dejando ver su cola sacudiéndola de aquí a allá. Se divertía mucho pero frente a las olas, aún las más pequeñas, procedía con excesivo respeto poniéndole distancia. En uno de los tantos paseos seguíamos el dibujo de la arena la que era cortada por lenguas transversales de mar de modo de estar caminando, más de una vez, entre dos tajos de agua. Es en este punto es que Wolf observó u olfateó, sobre la costa, a un pescador que iba caminando con un balde repleto de pescados. Como respondiendo a una orden irresistible, salió corriendo con la mira puesta al centro del balde. No tuvo en cuenta que en su camino la lengua de agua cortaba su trayectoria. No se detuvo; por el contrario, mantuvo la velocidad hasta que el agua lo tapó completamente. En un instante volvió a la superficie y a puro nado siguió rumbo al balde pataleando con todas las fuerzas ... había aprendido a nadar. 

 

CARTA DESDE EL DOLOR

¡Una carta! ¡Cuánto encierra una carta! Sí, decididamente una carta, unas pocas líneas pueden encerrar muchos sentimientos, mucho dolor. Fue la primer carta que recibimos y que hablaba desde el dolor, desde la oscuridad de la pérdida. Fueron unos pocos renglones escritos desde las lágrimas pero cargados con las alegrías de los recuerdos que, siendo imborrables, estaban en cada letra del texto. La irreversibilidad de la muerte termina siendo insignificante ante la fuerza del sentimiento y de los recuerdos. Cada hecho, cada travesura, cada picardía, cada escapada, cada retorno, el pis hecho en el sitio prohibido, la planta desenterrada, el dormir a los pies de la cama del amo (o sobre ella), el ladrido inoportuno a la madrugada ... todo vibra en cada rincón de la casa y hace que la foto que descansa sobre la biblioteca cobre vida e incluso evidencie una sonrisa cómplice, mientras tuerce sus orejas hacia atrás y enciende el brillo de sus ojos.

 

PEQUEÑO MILAGRO

Mendieta se llamaba así en homenaje al Mendieta de tinta china. Era una copia fiel al dibujado por Fontanarrosa, al de los pensamientos filosos y oportunamente filosóficos. El Mendieta de carne y hueso de esta historia era al igual al de la historieta, un fox terrier de pelo corto. Era uno que acostumbraba reirse (sí, contraía los labios hacia atrás dejando a la vistas las dos filas de dientes apretados mientras emitía un gemido calcado a una risita) cada vez que uno llegaba a casa. Bastaba un "hooooooolaaaaa" largo para que la risita se convirtiera en una sucesión de brincos verticales, altos ... muy altos. Un día, Mendieta, dejó de reirse y de saltar. Ese mismo día, por la tarde, un sonido distinto se dejó escuchar en el jardín de casa. Pequeños chillidos, imperceptibles, apenas audibles que venían de entre la enamorada del muro. Costó ubicar el origen de esos sonidos hasta que finalmente, allí estaban ... tres microscópicos gorriones habían nacido y pedían a gritos alimento desde el fondo de un pequeño nido. Mendieta había partido esa tarde pero el milagro de la vida estaba presente con nosotros. ¿Por qué no pensar que detrás de ese nacimiento estaba la risita de Mendieta? 

 

Y UN DIA SE FUE

Se llamaba Wolf. Pero que joder, para nosotros siempre fue Fidel. Compañero de rutas, amigo y hermano. Hablábamos mucho y en éso, era el confidente absoluto e ideal. Fue el único que se atrevía a insultarme y a decir verdad, cuando lo hacía, seguro que tenía razón; de hecho, cada vez que discutíamos ideas o proyectos, él solía clarificármelos de un modo crudo y directo: "¡así no, boludo!", me encajaba de modo inevitable y firme. Un día de diciembre de 2009, Fidel se cansó de su viejo padre humano. Me miró a los ojos mientras se ajustaba en la cabeza un pañuelo lleno de colores y se cruzaba la vieja guitarra a la espalda. Yo ya sabía lo que me iba a decir, hacía tiempo que lo estaba esperando aunque confiaba que, ese momento, nunca llegaría. Creo que le tembló un poco la voz cuando me largó: "Me cansé de esta casa de jovatos, me mando por las rutas a levantar minas". Se subió a la moto y aceleró vaya a saber hacia donde. Ojalá tu mundo actual esté lleno de mujeres y rock and roll. ¡Te lo ganaste! ¡Te lo merecés!

 

 

 

 

 

 

 

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